La ciudad de todos los dioses
En nuestro vasto mundo hay ciudades con un pasado asombroso, con un
pasado glorioso, y otras con un pasado enigmático, ciudades cuya vida y
muerte están ocultas en el misterio. Pero no hay una con historia tan
extraña como Massuade, que se hundió en los más abyectos abismos de la
corrupción antes de elevarse y alcanzar la santidad.
Situada en el archipiélago de Las Quebrantadas, los primeros habitantes
de la isla fueron shariitas, pero hace ya miles de años que abandonaron
estas tierras, dejando solo ruinas y extraños y oxidados artefactos de
función desconocida. Los siguientes fueron los Tolfek, nadie sabe que
hacia un grupo de estas criaturas aquí, tan lejos de sus tierras en
Nirr. Pero ellos también abandonaron la isla, dejando solo extraños
fardos que una vez abiertos revelan ser momias envueltas en capas y
capas de telas multicolores, ocultas en recónditas cuevas.
Posteriormente llegaron hombres negros del Quirim, y fueron ellos los
que fundaron la ciudad, a orillas de una amplia bahía protegida de los
vientos. Pronto su privilegiada situación, a medio camino entre Quirim y
los grandes reinos del norte, benefició enormemente a la pequeña
colonia. El comercio fue la sangre que la alimentó, trirremes, naos,
dromones, carabelas, dhows, catamaranes de los Belarios, toda clase de
navíos llegaban a su puerto, y cargaban y descargaban mercancías: aves
exóticas, pieles, hierro, cobre, estaño, platino, perfumes, aceites,
maderas valiosas. Y de aquella incesante actividad la ciudad sacaba una
moneda de oro, o más de una.
Massuade en su epoca de mayor esplendor.
Pero la historia nos ha enseñado que la paz y la prosperidad no duran
para siempre, y Massuade debió aprender esa lección muy pronto. Por un
lado nuevos puertos fueron fundados y se convirtieron en rivales
comerciales, pero la mayor amenaza eran los piratas de la Brecha Roja,
quienes atacaban a los barcos y robaban sus mercaderías, arrojando a sus
tripulantes al mar o llevándoselos como esclavos. Al tiempo que
aumentaba la audacia de los piratas los barcos mercantes elegían rutas
alejadas de Massuade y frente al riesgo de perder su fuente de riqueza,
el consejo de ricos mercaderes que gobernaba la ciudad decidió
defenderse y crear una pequeña flota de barcos de guerra para combatir a
los piratas.
Contrataron marineros, mandaron a construir galeones a los astilleros de
Kapparis, y como almirante de toda su flota eligieron a un joven pero
ya experimentado capitán, “nacido a bordo” según sus propias palabras,
quien ya había dado pruebas de su valor y habilidad estratégica al
pelear en la guerra civil que devastaba a su nación, por desgracia para
él combatiendo en el bando perdedor.
Sus órdenes eran simples: acabar con esa plaga que amenazaba el porvenir
de Massuade, sin olvidar la prudencia, pero otras cosas como la
compasión y el tomar prisioneros podían ser fácilmente ignoradas.
Y un día esa flota regresó a puerto con dos navíos y cien hombres menos,
pero alegres y victoriosos, porque habían asestado una gran derrota a
los piratas, una derrota quizás definitiva. Pero de aquel día de
victoria surgió el fin de Massuade.
Uno de los piratas muertos, quien fue colgado como advertencia y
alimento de buitres a la entrada del puerto, resulto ser el hijo del
temido Sac´cak´re Rompecuellos (otros dicen que no era su hijo, sino su
amante, y al menos una versión especialmente injuriosa asegura que era
ambas cosas). El era uno de los jefes piratas más temidos y brutales,
famoso por su audacia y ferocidad, y quien se haría famoso también por
la crueldad de su venganza.
Y dos semanas después, cuando de su hijo solo quedaban los huesos
moviéndose y tintineando con el viento, en una tarde de cielos
despejados antes de que el disco solar tocara el borde del horizonte
marino, barcos aparecieron frente a la isla. Seis galeras con la enseña
de Sac´cak´re, la bandera del hombre destripado, barcos que esperaban
allí, inmóviles, como provocando. Las campanas del puerto empezaron a
tañer frenéticamente mientras sus habitantes miraban asombrados y
temerosos semejante atrevimiento, porque ningún pirata antes intentó
atacar directamente la ciudad. Pero el almirante de la flota encargada
de su defensa no perdió el tiempo y sus navíos zarparon para perseguir a
los bastardos de los mares.
Sac´cak´re, apodado Rompecuellos.
Estos huyeron cobardemente, seguidos muy de cerca por los galeones de
Massuade, cuyos tripulantes esperaban darles caza y acabar
definitivamente con la amenaza de la piratería. Pero todo era una broma
macabra, un fraude ideado por una mente sangrienta, porque las galeras
estaban casi vacías, tripuladas solo por los esclavos remeros y sus
capataces con látigos.
La gran mayoría de los piratas había desembarcado en el extremo opuesto
de la isla, y aguardaron ocultos en la selva hasta la medianoche, la
hora del cuervo. Y entonces cayeron sobre la ciudad en una orgía de
sangre y violaciones, las casas fueron incendiadas, los almacenes
saqueados y lo que no pudieron robar también fue quemado. La gente fue
masacrada y el propio Sac´cak´re, haciendo honor a su nombre, estranguló
personalmente a cada uno de los miembros del consejo. Aquella noche fue
conocida como la Noche del Llanto, y solo se salvaron los barcos que
lograron huir del puerto a alta mar, desde donde veían el resplandor de
los incendios y los gritos, muy débiles, les llegaban con el viento.
El amanecer mostró una ciudad a medias en ruinas y con cadáveres en las
calles, una ciudad que nunca se recuperaría. El consejo fue abolido y un
gobernante asumió el poder, su nombre se ha perdido pero se le recuerda
con el nombre de El Infame. Sus días como puerto comercial se habían
acabado, pero El Infame hallo una nueva fuente de ingresos, para
vergüenza y horror de los escasos supervivientes: convertir a Massuade
en refugio de piratas.
Se convirtió en Puerto Ruinas, refugio y diversión para todo tipo de
saqueadores del mar, norteños rubios y ojiazules con sus
barcos-serpiente, acechadores de la Hermandad del Viento, piratas del
Quirim en barcos de juncos, piratas de la Brecha Roja en sus pequeñas
galeras, incluso los extraños Hijos del Abismo, de raro aspecto y olor,
de quienes se dice que tienen estrechos y malvados vínculos con las
criaturas abisales llamadas Nagashyr.
Massuade se convirtió en ciudad de tabernas, apuestas y putas, los
piratas llegaban a curar sus heridas y gastar su deshonesto oro. Todo lo
ilegal era permitido en Puerto Ruinas: prostitutas demasiado jóvenes,
peleas entre bestias feroces o entre hombres y animales, venta de
esclavos, venta de venenos, compra de asesinos. Había tabernas abiertas
todo el día y toda la noche, y callejones oscuros donde conseguir una
sopa mágica cuyos ingredientes principales eran un cuerno de Tolfek y
carne humana. Las peleas, reyertas y asesinatos eran rutina, no
importando cuanto recomendaran los capitanes a sus hombres que no se
metieran en problemas. Era el lugar más impío en el mundo, y fue un acto
de los dioses lo que acabó con tanta maldad.
Dicen los sabios que la culpa fue de los cimientos, que la ciudad estaba
asentada sobre arena y no sobre roca solida. Pero eso es lo que dicen
los sabios, los dioses en cambio dijeron otra cosa, ellos dijeron
“desaparece”, y Puerto Ruinas desapareció.
El terremoto ocurrió en la hora más fría de la noche, el suelo se agitó,
se sacudió y luego se alzó, y los edificios se derrumbaron. Hubo
grietas que se abrieron y gente que cayó en ellas, para que después las
grietas se cerraran, y se dice que días después de terminado todo aún se
oían los gritos apagados de quienes fueron enterrados vivos.
Fuegos ardieron y empezaron a consumir las destruidas casas, pero antes
de que el polvo se asentara vino otro desastre. El mar se recogió
dejando al descubierto el fondo arenoso y lleno de desperdicios de la
bahía, y vino una gran ola que arrastraba consigo toda clase de
embarcaciones. Esa ola terminó de destruir lo que el terremoto dejó en
pie, y esa noche Massuade tuvo una segunda muerte.
El amanecer reveló solo ruinas, escombros, restos humeantes, los barcos
grotescamente varados tierra adentro y en la playa los cuerpos hinchados
de los ahogados. Los sobrevivientes vagaban sin salir de su estupor,
pero su sorpresa fue aún mayor al descubrir un prodigio, una señal
divina: el único edificio en pie, sin daño alguno, resulto ser un
pequeño templo dedicado al ángel Macabel, el mensajero de la paz.
Era apenas un salón de oraciones, estrecho y donde con suerte cabría una
veintena de personas, un altar igualmente pequeño y una habitación
diminuta para el hermano pacifico. Pero todo estaba intacto y los pocos
que lograron refugiarse allí estaban vivos, ese edificio, el cual era un
mal chiste en una ciudad tan corrompida como aquella, se transformo en
un milagro. Aquel día el Ángel Macabel ganó muchos nuevos seguidores y
volvió benevolentes muchos corazones.
Pero no fue el único, los sobrevivientes diseminaron por lejanas tierras
el milagro de Puerto Ruinas, y con el tiempo no fueron piratas los que
arribaban a su bahía, sino sacerdotes, monjes, predicadores, fieles y
fanáticos de todos los tipos y de todos los dioses.
A cien años de aquella noche terrible y de un nuevo amanecer, Massuade
es una ciudad nueva y extraña, con gran numero de pequeñas casas y
granjas rodeadas de sembradíos. Pero no hay tabernas ni prostíbulos, no
hay cuartel o casa del gobernador, ni edificio alguno vinculado a un
poder civil o militar. En cambio, repartidos aquí y allá, pequeños y
humildes o grandes y suntuosos, hay templos, altares, santuarios,
monolitos o arboles sagrados dedicados a un sinfín de dioses. Y esos
dioses y sus fieles se llevan bien unos con otros, en lo que quizás sea
el mayor milagro de todos.
El culto a los ángeles es fuerte aquí, los seguidores de Ezequiel El
Olvidado vagan de un lado a otro perdidos en su propia falta de
individualidad, los de Macabel El Puro predican sobre la paz y la
hermandad entre todos los seres vivos, mientras a unos pocos pasos una
estatua de Joel El Sanguinario, el creador de la violencia, está
cubierta hasta la cintura de todo tipo de armas, rotas y abolladas
algunas, ensangrentadas la mayoría, dejadas por sus seguidores dedicados
a la guerra.
Pero hay más dioses presentes, algunos insólitos y con pocos seguidores.
Esta Kammu el No-nato, un reseco feto momificado guardado en una urna
de jade con asas de plata, supuestamente el hijo de un dios y una
mortal, abortado por las manipulaciones de un demonio. También hay un
pequeño grupo de Tolfek que adoran al Gran Cornudo, un héroe legendario
cuyo cráneo cuenta con doce cuernos, ellos creen que esta isla es el
origen mítico de su raza y adoran también a las momias guardadas en
cuevas, grandes protagonistas de epopeyas ya olvidadas.
También hay templos y altares dedicados a los Sesenta y seis dioses, a
los Titanes, a los Antiguos, a Seehlum El Impaciente, el Antiguo que
creó su propio mundo desobedeciendo órdenes, un paraíso al cual sus
seguidores aspiran llegar una vez muertos. Hay un pequeño bosque
dedicado a los espíritus de la naturaleza, un pilar de mármol moteado
dedicado a la Doncella-Luna, santuarios pertenecientes a las Tres
Hermanas, al Coronado de Estrellas, al Cachorro de la Noche, al Dios que
es Diosa y a la Diosa que es Dios, cuyos sacerdotes son a la vez
sacerdotisas y viceversa. Hay un pozo lleno de pirañas dedicado al Gran
Devorador, y un libro enorme que es leído todo el día y toda la noche,
conteniendo las aventuras de Salos de Jokk, héroe legendario cuya
existencia real ningún erudito discute pero cuyas hazañas se han
exagerado al punto de ser divinizado por muchos.
Incluso hay un árbol Tooash-iimo donde los cultistas del Árbol Rojo
realizan pequeños sacrificios de sangre causándose heridas en las
muñecas o en las palmas de la mano.
Uno de los cultos más extraños es el dedicado a Nehrkal Spire, aquel
erudito que buscó desentrañar y dominar los secretos del poder síquico.
Sus seguidores creen que el ascendió a un plano superior de la
existencia, elevándose por encima de lo material y del pensamiento
humano, a un nivel más cercano al de las mentes de los Titanes o incluso
a las de los propios Antiguos. Sus rituales son extraños y para muchos
ridículos, sus fieles usan mascaras de insectos para representar a los
abejorros Kunclav e imitan su repelente zumbido, y a veces se arrojan al
suelo en medio de espasmos y convulsiones, fingiendo los ataques
sufridos por los síquicos. Pero todo esto es solo ritualismo
superficial, porque a lo que ellos aspiran es a despojarse de su
envoltorio terrenal y volverse uno con la mente de Nehrkal, y hay
rumores de que bajo el suelo de la isla, en cavernas desconocidas, están
construyendo una estructura de hierro arcano en imitación del artefacto
con cual Nehrkal buscó revelar los misterios del poder síquico y abrir
puertas en su propia mente…
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